El madrileño bario de La latina, junto a la castiza plaza de La Paja es el lugar escogido por Emil Samper para desarrollar su propuesta gastronómica. El nombre, restaurante CRUDITO, es ya toda una declaración de intenciones.
Emil Samper es un mago. Un mago de las palabras, un mago de las imágenes, y sobre un todo un mago de la cocina. Desde el primer momento desarrolla un discurso magnético que arranca desde el convencimiento de su trabajo con una pasión y entusiasmo que seducen.
Por eso su restaurante debe ser también un lugar mágico. La casa de un mago, un laboratorio, donde la atmósfera anuncie y contribuya a la experiencia sensorial de su cocina.
Se trata de que el comensal acceda a un lugar de una cierta extrañeza, que desemboque en la fascinación. Un portal que le de acceso a cosas que nunca soñó... al lugar donde se captura el alma de los alimentos, el alma de las cosas. Porque somos lo que comemos
Esta sala principal,de luz tenua y dorada, se desarrolla en torno a una gran mesa negra e intensa. Una interpretación actual de esas maravillosas y misteriosas cajas de laca negra y polvo de oro que refulgían bajo las parpadeantes luces de las llamas de las lámparas, como narra Tanizaki en el "elogio de la sombra". Un lacado inspirado en la técnica japonesa del Urushi, pero con un material de nuestro tiempo: el "krión". La Chef-table participa así de la belleza original de este ancestral arte pero con unas prestaciones inimaginables.
Se propone un ambiente de resonancias cinéfilas, que tiene algo de pasado y futuro, de ocupación, pero sobre todo, de expectativa. Fluorescencia, latón y algunos toques dorados remiten a un universo de fragmentos, de suturas, desde el que, a través de una cortina de cadenas se vislumbra, casi clandestina la sala principal, donde el chef trabaja face to face con sus comensales
La sala del chef está presidida òr una singular pieza : una mesa de Krion negro que remite a la japonesa técnica del Urushi, lacadocon porlvo de oro.
Por último, resbalando entre escamas y escaleras descendemos a la última de las salas: el vientre de la ballena, donde una colección de gyotakus tamizan la luz en uno de esos estómagos de bóvedas de ladrillo del subsuelo de Madrid. Ser engullido, fundirse con las cosas.